viernes, 3 de septiembre de 2010

Un póco hoy, y otro poquito mañana.

Entre pardelas.
Estamos de vuelta.
Ha comenzado la temporada de vigilancia para la Pardela cenicienta (Calonectris diomedea), las cuales llevan ya unos meses anidando y criando los pollos que tanto interés despierta entre la población más vieja de esta zona del archipiélago, junto con otros jóvenes que no terminan de comprender que eso no es caviar y simplemente se trata de un vestigio del pasado provocado por las hambrunas, y poco tiene que ver con el manjar que muchos quieren ver en las pobres pardelas. Al loro, que cada pieza que te pillan, suponen 6.000€. Hagan cálculos a ver si merece la pena jugársela por un bicho que sabe a sardina o anchoa salada.
Total, que las noches las tengo ocupadas en caminar por el volcán, vigilar y disfrutar de un entorno tan estéril como lleno de vida oculta, a veces realmente asombrosa. Por si fuese poco, el ritmo del sueño y el alimenticio, los tengo revirados como una morena, por lo que el día casi lo empleo al completo en descansar, tareas domésticas y pesca. Poco tiempo estoy encontrando para meterle mano al Blogg.
Eso sí, este abandono no se repite.

En estas semanas de ausencia, las pescas se han sucedido como siempre a cuenta gotas, un ratito hoy y otro mañana, habiendo disfrutado plenamente de la pesca durante cuatro jornadas, dos de puro jigging y otras dos compartidas entre spinning y jigging.
No ha salido mucha escama en cada una de esas salidas, pero si que las capturas han estado de muy buen ver. Pasen y vean.


Tras los titanes. Spinning y Jigging embarcados.

El primero de estos días, lo dedicamos el amigo Daniel y servidor para tentar a los esos titanes que llevamos esperando desde el invierno: serviola dumerilli. Desde que el agua empezó a calentar, no hemos tenido más encuentros con ellos, y según nuestra experiencia, esta es época para encontrarnos de nuevo en el ruedo. Además, algún compañero ya nos había comentado algún roce con ellos.
Salimos a media mañana, con un mar totalmente en calma y un sol de penitencia. Al llegar al puesto, las esperanzas crecieron tras comprobar como algo en el fondo apelotona carnada en superficie, pero no hierve, por lo que decidimos probar con jigs xl y otros de casting en búsca de una posible frenada, pero nada parece estar por la labor.
Después de un buen rato y algo de desesperación, montamos ambas cañas de spinning, y en dos lances, primero quedo yo pegado y detrás el compañero. En cuestión de 15 minutos sacamos 2 sierras y dos bicudas, y después, vuelta al parón. Con el sol sobre la cabeza, rumbo a puerto que hay más días que lentejas.



Los malos hacen acto de presencia.

Maldita sea. Por que!!!!???
Porqué tuve que quedarme en tierra. Porqué me tocó trabajar esos días...
Bueno, sarna con gusto no pica, pero si escuece algo.
La cuestión es que al día siguiente, temprano pero sin madrugar, Dani se iba para la bella Isla de La Graciosa, nuestra octava, y yo estaba invitado para pescar y si podía, disfrutar un su compañia como invitado en el hogar que el amigo tiene por allá.
Me negué. Maldita sea la hora. Tenía que trabajar al día siguiente, y no estaba muy motivado por diversas razones. Total, que puedo decir. Mejor les dejo las imagenes y me guardo mis remordimientos.

De camino, sólo tocó dos marcas. Una con fuertes caídas, rondando los 80-90 metros, que en poco cae a los 200...y se pierde, y otra más relajada, un comedero casi plano sobre los 60-70 metros. Primera parada, primera pieza:


Una preciosa negrita de casi cuatro kl. ataca y le hace pasar según contó el protagonista unos momentos entretenidos, con sus carreras y cabezazos de costumbre. Es tremenda la sangre que tienen estos animalitos.
Seguramente un buen rato estuvo intentando engañar al papa o la mamá, pero por lo que parece no fue buena idea y decidió cambiar a fóndos más someros, terrenos submarinos en los que anteriormente hemos tenido precedentes de serránidos y espáridos(meros, abades y samas).
No cambia de hierro, Dani no es de variar mucho de señuelo y en unas cuantas derivas, se sucede un primer ataque que no termina de clavar, y en la segunda bajada...


Un hermoso abade con colores y manchas muy llamativas sale para terminar de alegrarle la mañana al compañero. Ya sólo le quedaba poner rumbo a la octava para descansar y disfrutar de ese paraíso, pero por lo visto el niño aún se las tenía entre manos. La vuelta iba a ser mejor que la ida.

A la mañana siguiente, sondeando de nuevo sobre fondos que caen a los abismos, me cuanta el amigo que ve como se refleja en la pantalla la carnada que se puede ver en superficie bastante apelotonada, y justo detrás de ella, unos puntos compactos de menos tamaño. La picada más cantada que ha tenido.

La caña se dobla bruscamente, se clava. Puede recordar a un mero de 15-20 kl que engulle un jig a dos metros del fondo, pero en este caso a mitad de agua. Ni para ti ni para él. Eso hasta el momento en que el animal que deseas en cada salida pone la 6ª en dirección al fondo mientras tú sólo puedes calibrar correctamente el freno del carrete, aguantar la caña con tanta decisión como delicadeza, y rezar. Rezar para que en una de esas arrancadas imparables no reviente un bajo de fluorocarbono de 120-150 lb contra el marisco. Este es nuestro trópico particular. Ojalá podamos en breve tocar animales de aguas más calientes, pero de momento y como no queda otra, nos entretenemos con esto:

Si se fijan detalladamente, se aprecian los raspones en los cachetes que se infringen contra las piedras en su desesperada lucha por safarse del señuelo. Uno de esos golpes contra el fondo suele tocar el bajo...

Serviola Dumerilli de casi 20 kl, luchadora y que tuvo al compañero más de 10 minutos peleando al otro lado de la línea. Nervios, fatigas, prisas... Hay un momento del juego en el que la cosa ya no pinta graciosa, ni entretenida. Hay un momento en el que nos duele la espalda, se cargan los antebrazos, las piernas tiemblan y no sabemos si terminaremos la faena maldiciendo o tocando las castañuelas. Este era de tamaño contenido, pero los hay muy duros.
A Dani le tocó hacer sonar las castañuelas, y por experiencia propia, ese momento es de lo más excitante. Enhorabuena campeón.
Cabe decir que otra pegada tuvo el señor, pero tras varios minutos de violenta pelea el animal se terminó desanzuelando y volviendo a los fondos del mar, seguramente a contarle a los colegas que eso que sube y baja de colores, pica. Otro resabiado.


Maldita Bocayna.

La Bocayna es el estrecho que una nuestra querida Lanzarote con su hermana Fuerteventura, un canal con fondos escasos en cuanto a relieves abruptos y generalmente dominado por fuertes corrientes y vientos. Pescar allí no es costumbre, creo que tan sólo habré mojado señuelos dos veces que yo recuerde por esos fondos, pero sí que hay que atravesarlo si queremos visitar a nuestra querida Maxorata, y claro, uno nunca sabe lo que se puede encontrar a la vuelta.

La última salida declara como jigera puramente, la realizamos a bordo del Greca, la semirrigida de Pachico, que llevaba en dique seco desde el pasado certamen Rubicón Fishing Jigging Record. Mi idea era, como no y después de haberme perdido la dumerillis sesion, la de ir tras ellos al mismo territorio de días atrás, minimizando la cantidad de capturas, seleccionándolas a priori y ahorrando muchos litros de combustible. La idea de mi tío y Dani era la de navegar hasta Fuerteventura, tocando marcas en dirección sur, y como la idea no me desagradaba y eran 2x1, no rechiste. He de decir que este tipo de viajes nunca son cortos, se sale amaneciendo y se vuelve al anochecer. Todo el día pescando, haya viento, sol o calma chicha (bonanza total). Realmente, por mucho que se sufra, se disfruta.
Ese día soplaba algo de viento, con intenciones de subir minimamente a última hora según las predicciones, las cuales fallaron estrepitosamente. Ni la actividad era la pronosticada, ni el viento era el que auguraban las entendidas webs meteorológicas.
Total, que a la hora en que el cuerpo pide el almuerzo, nosotros no habíamos tocado más que tres tristes bicudas. Nos movimos por territorio de meros, comederos de samas y abades, cantiles detrás de medregales y jureles... tocamos todos los fondos sin obtener los resultados que esperábamos de ese día. Hasta que llegó la hora de comer.

En una de esas bajadas por el cantíl de los 130 metros, ese que sube bruscamente por una pared vertical, y haciendo bailar el que escribe un Keitan de 250gr. , conseguí provocar la curiosidad de un loquillo típico, de esos pequeños y peleones que no pudo evitar atacar la daga que subía y bajaba:


Mientras yo me apuraba en subirlo, los compañeros igualmente tuvieron sus picadas, pero no terminaron de clavar, por lo que la remontada era obligatoria. Desgraciadamente para mí, en la primera bajada se me formó un nudo terrible en la trenza a la altura del bajo, por lo que tuve que picar y volver a anudar. Ese fue mi momento fatídico.
Mientras yo trataba de hacer correctamente y con prisas un sencillo all-bright, el personal sufrió varias picadas en las dos remontadas que se hicieron en mi ausencia, con dos/tres bajadas en cada una de ellas. Pachico perdió un buen peje, que puso el Stella 8000 y la jigwrex200 a prueba durante unos largos segundos, mientras Dani lograba hacerse con un jurel de más de 4 kl. que por lo menos amenizaba nuestro triste balance de capturas.


La actividad desapareció tan rápido como cuando hizo acto de presencia. Para cuando yo ya estaba listo, tan sólo tuve tiempo de sentir otro jalón que no se terminó de concretar en forma de captura.
Lo que sí apareció poco a poco y con fuerza fue el viento, que ya nos avecinaba lo que nos esperaba a la vuelta: agua, viento y saltos. Llevar ropa de agua y entender esta modalidad como algo tan relajante y sufrido a la vez, ya es normal. No se imaginan la paliza que nos llevamos. Volveremos si, pero dentro de un tiempo...
De camino, he insistiendo levemente en alguna marca, terminamos la jornada con otras dos bicudas, que ya ponían punto y final a nuestra visita, dejando ya nuestra mente puesta en el largo camino que nos quedaba hasta el hogar, unas 30 millas...


Última sesión.

El último día que nos embarcamos, el último en que toqué una caña, fue el pasado sábado. Dani, Aarón y este que intenta contarlo lo mejor que puede, pusieron rumbo a la mar con la idea de hacer un poco de jigging y bastante spinning.
Primero probamos con los hierros, tocando fondos suaves y poco destructivos para los brazos detrás de los medres, sin suerte para ninguno. Navegamos a lo profundo y después de colocarnos en un cantíl que hace meses que no tocamos, Dani y servidor tenemos varias picadas que no clavan. Sólo una bicuda, que engorda mi cruz con estas larguiruchas, sale para alegrarme el día y destrozar el assist.

Mientras, Aarón coloca un Benthos recién salido del paquete, ni se molesta en cambiar el anzuelo feo que trae de fábrica y en par de bajadas, canta picada con el viejo Spheros 14000 y la Hart 40lb. que le he prestado mientras ponen a punto su Accu665. En pocos minutos tiene a bordo una de esas samas que ya hecho de menos por su ausencia. Pasada la primavera, será esperar a que el agua enfrie y buscarlas en otras zonas.
Ya por la tarde y en tierra, nos pusimos en marcha para darle esta vez meneo a las cañas de spinning, en territorio de pejerreis y lubinas. Sobre las 4 de la tarde estábamos los tres, codo con codo en un pesquero que siempre nos depara buenas sorpresas en cada visita.

Comenzamos lanzando minnows y algún cacharro de superficie por mi parte, pero el viento dificulta tanto su uso que rápidamente desistí a favor de los primeros.
Fue Aarón el primero en sentir la caña doblada, con un pejerrey que a mitad de lucha y en un espectacular salto se safó de los triples. Tras otro rato lanzando, y después de que el que escribe dejase el enésimo señuelo en un baja con la que tengo una relación digamos difícil, de nuevo Aarón vuelve a cantar picada. Desde la distancia, y mientras armo mi caña, observo la batalla y los saltos de un pejerrei que a ojo no bajaba de los 7 kl. Fue una pena ver como después de haberlo vencido y trabajado hasta la orilla, éste terminaba por desprenderse del engaño, con algo más de esfuerzo que su anterior compañero.

Habría pasado ya una hora, y entre la ausencia de actividad, las perdidas sufridas y el viento que aumentaba, los ánimos fueron decayendo. Como remedio al pesimismo que me rondaba, decidí colocar un Walkrap que ya tenia olvidado en la riñonera, pero que por su peso y acción me permitia trabajarlo medio-adecuadamente en algunos tramos de su paseo. Y fue en uno de esos tramos dónde se rompió la monotonía en superficie:


Una lubina se ha dejado seducir por el paseante y estalla a flor de agua, dejandome ver mitad de cuerpo en el salto. Una lubina que alegra la tarde y hace que se animen los ánimos del personal, que sigue lanzando minnows acompañados de mi paseante. Para nada tanto cacharro, pues nada más se dejó ver por aquellos lares.

En fin, que esto es lo que han dado estas semanas. Capturas variadas, unas más grandes que otras, pero todas con un inmenso trabajo y ganas detrás de cada una.
Ahora toca de nuevo esperar a las bonanzas que se esperan para esta semana que viene. Mientras, seguiremos liados con las jornadas laborales nocturnas entre esos pájaros amenazados, esos que evitamos que los furtivos se lleven sin tener en cuenta si son madres, padres, pollos o simplemente una bola de pelos.

Nos vemos, esta vez sí, pronto.